La becada, www.revcyl.com

 ”La becada”, en www.revcyl.com, Valladolid, febrero 2011. 

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A vueltas con Miguel Delibes

Domingo, 6 de febrero de 2011

                                              

La becada

Entre pájaros anda el juego. El juego literario de Miguel Delibes.

 

 

Llegan al centenar las aves nombradas por el maestro en sus libros. Gran amante de pájaros y pajaritos, se llevó a algunos de ellos a las reuniones de la Real Academia Española (única que se llama “española” en su denominación de entre las reales academias de España). Recién nombrado académico con el sillón “e” minúscula, don Miguel intentó que el canto de algunos de sus pájaros más locales, más rurales, se oyese al abrir el Diccionario. Eran nombres de pájaros que, a veces, tenían su denominación más general (avutarda), pero que carecían dentro del Diccionario de su nombre local (barbón).

La becada, esta con presencia en el Diccionario,  es según los académicos un  “ave limícola del tamaño de una perdiz, de pico largo, recto y delgado, cabeza comprimida y plumaje pardo rojizo con manchas negras en las partes superiores y de color claro finamente listado en las inferiores (…).

 

 

El maestro, al definirla en Parábola de náufrago, va más allá de la descripción fría, filológica. Delibes las ha visto por Castilla, las ha observado una y otra vez en aquellos días de caza que ahora se rememoran en programas y documentales al hablar de su vida. La becada, más abundante en Vascongadas que en los páramos vallisoletanos, se nos muestra en las páginas 115 y 116 de Parábola de náufrago a través del estilo sobrio de Miguel Delibes:

Me refiero a la chocha, sorda, becada o, como más poéticamente la denominan los venadores franceses, “bella durmiente del bosque”. He aquí un pájaro original de un físico curioso: paticorto, de un plumaje marrón, jaspeado, un ojo plano, negro, que llena toda la cuenca, y un pico de seis o siete centímetros, mediante el cual, sondeando las tierras húmedas y mollares, se procura alimento. La chocha, salvo en sus movimientos migratorios, muestra hábitos de anacoreta y suele resguardarse en las arboledas, bien sean bosques frondosos o montes de roble o encina. Después de cincuenta años de patear Castilla, puedo asegurar que nunca tropecé con una becada en una tierra desguarnecida, que no confiara su defensa a la ocultación tras un árbol o matorral y a su arrancada zigzagueante e irregular. Debido a su aislamiento, su escasez y su suculenta tajada, la chocha, con su apariencia de lego franciscano, representa uno de los más altos trofeos de la volatería cinegética en Castilla. Yo he cobrado becadas en los encinares y robledales de la meseta y en los sotos de nuestros ríos, pero, salvo en las pasas, con cuentagotas, una o dos por temporada, cifra semejante a las que lograba mi padre en el monte de Valdés, orilla de la Mudarra,

Delibes no llega a ser tan preciso en su descripción de la becada sólo por sus propias aptitudes para la expresión escrita. Cumple también con las tres premisas que son necesarias para redactar bien: orden, sobriedad y observación. En mi último libro, Aprende a redactar con Miguel Delibes, tomo al maestro como modelo al servicio de la expresión escrita por estos tres motivos. El más importante, el de la observación, es el que más claramente se muestra en este texto referido a la becada. El escritor la define, cita sus hábitos, dice dónde encontrarla y dónde no, se atreve a compararla con un lego franciscano y cuenta finalmente algunas experiencias propias. Y todo esto, con el orden y sobriedad que le dan al texto tan alta categoría. Lo dicho: ¡enhorabuena, maestro!

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